Achacachi “El que siempre está llorando”


© Tanya Elizabeth Imaña Serrano | Fotos: Margot Mariaca Machicado

PLAZA CENTRAL DE ACHACACHI. LADO SUR EN UN DIA DOMINGO DE FERIA. La capital de la provincia Omasuyos es conocida por los bloqueos y manifestaciones lideradas por Felipe Quispe, el Mallku. Los moradores de Achacachi aseguran que los protagonistas de esos hechos son personas que viven en los alrededores del pueblo, pero por encontrarse en el municipio, a ellos se les acusa de todo. Ahora están empeñados en mostrar su otro rostro: el de la tradición.

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La plaza está cerrada, pero dentro flamean sin competir la Whipala y la bandera nacional como muestra de hermandad. Es domingo, el día de mayor actividad en Achacachi. Hay feria y se puede encontrar todo tipo de productos: desde jugosas naranjas que son ofrecidas insistentemente con un “Servite caserita, pues”; pasando por chuños, tuntas, cayas, ocas y papas, hasta ropa abrigada para soportar el frío que llega a los huesos como un latigazo inesperado. Desde aquí se puede ir a muchas comunidades; por ejemplo, a Puerto Acosta, en la frontera con el Perú; a Sorata, que está en los valles, o a Charazani, cerca del Lago Tititcaca.

Acerca el nombre: Achacachi

“Se dice que en los tiempos de los incas, hubo un hombre al que le arrebataron a su amada. Se quedó muy triste y lloraba desconsolado al no poderla recuperar. Como el pueblo donde vivía no tenía nombre y era un lugar de paso, la gente se acostumbró a decir: “Nos vemos donde el último inca Jachacjachi”, que quiere decir llora y llora o el que siempre está llorando. Por eso, éste es un pueblo del llanto... Ya después le pusieron Achacachi”, cuenta Guadalupe Saravia, una hija de esta tierra. A esa versión se le une otra que asegura que el nombre proviene de Jach’a Kach’i, que significa punta o peñasco grande.

ALCALDIA DE ACHACACHI. LADO OESTE. SE VE LA ALCALDIA Y DETRAS LA TORRE DE LA IGLESIA SAN PEDRO. Algo que tampoco deja de ser anecdótico es que Achacachi es conocido como el pueblo de los 'come hombres'. Algunos de sus habitantes recuerdan que, hace varios años, aparecieron regados en el piso uniformes de soldados que eran arrastrados por el viento junto a los restos de sus dueños. Otros, en cambio, afirman que todo es parte de un mito.

En lo que sí concuerdan los moradores de la provincia de Omasuyos, en La Paz, es en que no les gusta que se los acuse de bloqueadores o de estar alineados con el Mallku, Felipe Quispe. Ellos creen que es necesario distinguir entre los que viven en las afueras del pueblo (que supuestamente son los protagonistas de esos hechos violentos) y los que habitan en Achacachi. “Nosotros no somos los que bloqueamos. En el pueblo cada quien se dedica a sus cosas. De Achacachi sólo se conoce lo malo y ni siquiera somos los culpables”, lamenta un músico. En otro momento, una mujer agrega lo suyo: “Un día, los de la Rinconada entraron al pueblo, nos metieron miedo y hasta se enojaron porque no queríamos apoyarlos. No podíamos salir de la casa, ni espiar por la ventana porque también estábamos siendo vigilados por la policía militar. “Les vamos a disparar... Métanse”, nos gritaban. Querían que nos uniéramos a la lucha, pero para qué, pues... Nosotros sólo tenemos que trabajar”.

En 2001, los campesinos hicieron correr a los policías del pueblo. Desde entonces, no hay uniformados en Achacachi. Sus habitantes afirman que los índices de delitos no han aumentado, quizás porque el sistema de justicia comunitaria aún es muy fuerte.

Whila saco (Saco rojo)

La memoria colectiva del pueblo recuerda a Whila saco (Saco rojo) y a Chojña saco (Saco verde). Se trataba de un par de campesinos que sembraron el terror después de la Revolución Agraria. Eran milicianos que acabaron con la vida de muchos.

Según cuentan, los campesinos tomaron las armas, por lo general fusiles y ametralladoras, y amedrentaban a la gente de la zona.

“A veces disparaban al aire, y terminaban matando a cualquiera que estuviera caminando”, recuerdan.

Si de violencia se trata, la fama de los achacacheños sigue: en la época de la presidencia de Bautista Saavedra, se sabía que él enviaba cartas en las que pedía determinada cantidad de ovejas para que se las mandaran de Achacachi. Sin embargo, el mensaje estaba en clave, las ovejas no eran otras que matones que él necesitaba para arreglar sus asuntos.

Por otra parte, el hilo de la administración pública nos conduce hacia otras personas ilustres como Mario Viscarra y Alfredo Mollinedo, naturales de la capital de la provincia Omasuyos, que fueron ministros de Gobierno.

Altiplano

Las vendedoras se asientan en las calles desde temprano. Arriba, ofrecen thayacha (oca congelada a la intemperie).

Ubicado al pie del cerro Surucachi, este lugar cobija casas pintorescas, y la cima está coronada por una capilla. Desde allí se puede divisar por el este el nevado del Illampu (volcán apagado) y por el oeste, el lago Titicaca. El pueblo fue fundado administrativamente el 24 de enero de 1826, aunque ya existía desde mucho antes, tal como cuentan los anales.

Aunque no todas sus calles están asfaltadas, las principales vías sí lo están. También tienen electricidad y agua potable, aunque todavía son privilegios que no se comparten con comunidades que están a menos de seis minutos del pueblo.

En Achacachi se puede encontrar una improvisada sala de proyección de películas, institutos que enseñan computación, un punto de llamadas y más de una decena de 'chalequeros' que pelean por sus clientes. Para completar su menú de entretenimiento, existen dos radios y un canal de televisión.

Es inevitable no detener la mirada en la plaza principal, donde se asientan vendedores de remedios naturales para curar “ese sabor amargo con el que usted, señor, señora, señorita, se levantan por las mañanas”, tal como suelen discursear.

También están los niños que ofrecen el lustre a Bs 0.50, las mujeres que comercializan pasankalla, fideos dulces, caramelos y galletas, los juegos de azar con dados y ruletas hechizas y las vendedoras de coloridas lanas que alegran la vista. No pueden faltar los minibuses y taxis que viajan a La Paz, Belén, Huarina y otras comunidades.

El busto frío del Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana se observa en el medio de la plaza. El ex presidente nació en Huarina, una localidad que pertenece a la provincia Omasuyos, de la que es capital Achacachi. La única escuela del pueblo, que lleva el nombre del presidente de la Conferación Perú-Boliviana, se yergue desafiante al tiempo, desde 1915, en medio de construcciones de diferentes épocas.

De a poco la arquitectura republicana va desapareciendo y en su lugar aparecen los edificios de cinco pisos construidos con grandes ladrillos cerámicos.

La gente ‘de antes’ recuerda las buenas épocas, cuando el edificio de la Alcaldía, por ejemplo, lucía espejos traídos de Venecia. “Allí te podías ver tal como eres. Esos espejos no distorsionaban la imagen. Lástima que se los llevaran”, dice un antiguo.

Al recorrer Achacachi se puede escuchar el aimara en boca de todos: ‘vecinos’ (personas de la élite), obreros, campesinos... todos lo hablan, al igual que el castellano.

Los ahijados y compadres aprovechan el fin de semana para visitar a los padrinos. Aquí aún se tiene la costumbre de pedirles consejos y ofrecerles algún obsequio.

Son los resabios del pongueaje, pues Achacachi fue desde siempre un pueblo dedicado a la agricultura y el comercio. Los pongos y las mitanis eran comunes antes de la Reforma Agraria de 1953.

Los hombres campesinos (pongos) vivían en las grandes estancias de los terratenientes y estaban a su servicio. Cultivaban la tierra del patrón y a cambio recibían una parcela que también debían trabajar para sustentarse.

Las mujeres (mitanis) estaban destinadas al servicio doméstico. Eran lavanderas, cocineras, niñeras y amas de llaves; claro que no recibían paga en dinero sino en especie.Después de la Reforma Agraria, los ‘vecinos’ fueron migrando a la ciudad. Algunos vendieron sus casas y las grandes fincas quedaron en manos de los agricultores. En la actualidad, las familias de renombre acuden al pueblo sólo en ocasiones especiales como la fiesta patronal de San Pedro. Muy pocas son las que van a descansar los fines de semana, a probar una trucha fresca o a comer carne de cordero. Lástima, porque así las viejas tradiciones parecen condenadas a morir.

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